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martes, 6 de noviembre de 2012

Cuentos macabros


Comentario de los “Cuentos macabros”
de E. A. poe


 
·                                                   Contextualización

“Cuentos macabros” es una selección de cuentos de terror del escritor,
poeta, crítico y periodista estadounidense Edgar Allan Poe.

Edgar Poe fue un escritor decimonónico romántico, al cual se le ha venido
enmarcando dentro del denominado romanticismo oscuro por la importante presencia de
la temática de terror dentro de su obra. No obstante, este autor escribió cuentos de distintos
géneros; de terror, sobrenaturales, metafísicos, analíticos, de anticipación y retrospección,
de paisaje, grotescos y satíricos; así como crítica literaria, ensayo y poesía (el cual era su
género predilecto y de no haberse visto presionado por cuestiones económicas seguramente
se habría dedicado en exclusiva a la poesía, tal como manifiesta el propio Poe en el prólogo
de “El cuervo y otros poemas”: “Razones al margen de mi voluntad me han impedido
en todo momento esforzarme seriamente por algo que, en circunstancias más felices, hubieran
sido mi terreno predilecto”). No hay que olvidar asimismo, su única novela,
“La narración de Arthur Gordon Pym” (la cual consiste en un relato de aventuras marineras
de tipo episódico, centrado en su intrépido protagonista), que influiría posteriormente en la
obra de RL Stevenson.

Igualmente, Poe dio origen al relato de detectives por medio de sus cuentos analíticos y de
 misterio; “La carta robada”, “Los crímenes de la calle Morgue”, “El escarabajo de oro”
 y “El misterio de Marie Rogêt”, las cuales influyeron directamente en autores posteriores
 como Arthur Conan Doyle, cuyo Sherlock Holmes está inspirado directamente en el
Auguste Dupin de Poe.

Además, contribuyó con varias obras al género emergente de la ciencia ficción, respondiendo
 así a los recientes avances científicos y tecnológicos, como el globo aerostático en su cuento
 “El camelo del globo”.

Asimismo, Poe hizo incursiones en campos tan heterogéneos como la cosmología, la criptografía
 y el mesmerismo.
 

Cuentos macabros
 

Los cuentos macabros ya sugieren por su nombre el género de terror al que pertenecen.  El de
 terror fue un género que adoptó Poe para satisfacer los gustos del público de la época.

En esta selección de cuentos se incluyen los siguientes: Berenice, El gato negro, La isla del hada,
El corazón delator, La caída de la casa Usher, El retrato oval, Morella y Ligeia.

 

En cuanto a su calidad artística, el escritor y crítico irlandés Padraic Colum afirmó que relatos
como “La caída de la casa Usher” o “Ligeia” se hallan entre los mejores cuentos del mundo;
mientras que el crítico y traductor español Mauro Armiño considera que “a casi ciento cincuenta
 años de distancia, siguen siendo las narraciones más sugestivas del siglo XIX”.

 

·                                                   Análisis del contenido

 

Temas
 

En estas historias los temas más recurrentes son la muerte, el entierro prematuro, la reanimación
de cadáveres, los trastornos obsesivos (como la monomanía o nerviosa intensidad del interés que
menciona Poe en el relato de “Berenice”), la culpa y la autopunición, el poder de la voluntad y el
 principio de individuación (principium individuationis o la noción de identidad que con la muerte
 se pierde o no para siempre). Mención aparte merece la temática de “La isla del hada”, el cual es
 un relato de corte poético y metafísico, de acendradas virtudes estéticas, en el que destacan los
 contenidos oníricos y simbólicos.
 
Personajes

 
Si bien esta selección de cuentos incluye ocho historias independientes cada una con sus propios
personajes; los personajes de los diferentes relatos tienden a presentar unas características comunes.

Los personajes masculinos suelen ser varones que, aunque capaces de actuar en un momento
 dado con sensibilidad y ternura con mujeres y animales, suelen mostrarse generalmente taciturnos,
neuróticos y obsesivos en extremo, llegando a cometer verdaderos disparates cuando se ven vencidos
por su propia vesania y perturbación; actuando en algunas ocasiones bajo los efectos del alcohol o
del opio.

De los personajes femeninos el autor hace una exaltada idealización. Ellas son etéreas, hermosas,
virtuosas, inteligentes, cultas, refinadas, en ocasiones pacientes, mansas e inocentes, y frecuentemente
de salud frágil y carácter enfermizo. Todas ellas en sus retratos y etopeyas están envueltas por un halo
de excelsitud, aunque en algunos relatos también se muestren temibles y sobrecogedoras, mas dicho
pavor no les sustrae ni un ápice su encanto. Cito un fragmento de Berenice:

“¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se conmueven a este sonido.
¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha!¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica belleza!¡Oh, sílfide entre los arbustos de Arnheim!¡Oh, náyade
entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada.
La enfermedad _ una enfermedad fatal _ cayó sobre ella como el simún, y mientras yo la observaba,
el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su carácter, y de
la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad.”
 

·                                                   Análisis formal

El estilo empleado en los “Cuentos macabros” se caracteriza por su originalidad, su intensidad
narrativa, su estricto control técnico, las virtudes poéticas de su prosa, su capacidad para dar vida
 a ambientes o atmósferas y su acentuada intención estética.

En lo que respecta a su intensidad narrativa,] Poe “comprendió que la eficacia de un cuento depende
de su intensidad como acaecimiento. Cada palabra debe confluir, concurrir al acaecimiento, a la cosa
que ocurre, y esta cosa que ocurre debe ser sólo acaecimiento y no alegoría o pretexto para
generalizaciones psicológicas, éticas o didácticas. La cosa que ocurre debe ser intensa. De ahí que Poe
no se planteara estériles cuestiones de fondo y forma; sino que era demasiado lúcido como para no
 advertir que la vida de un cuento consiste -como la nuestra- en un núcleo animado inseparable de sus manifestaciones”.

Poe valoraba en el relato corto por encima de todo la imaginación, así como la originalidad y la
verosimilitud. Por lo tanto, el criterio que primaba en este tipo de relatos era exclusivamente estético.
Según el crítico Félix Martín, «conocidos fueron sus pronunciamientos sobre la supremacía de la
imaginación, su condena explícita de la intención moral en la obra de arte y de la alegoría moral, tanto
en poesía como en narración, así como el rechazo de todo tipo de verdad inherente a los hechos del relato.
 Al descartar el didacticismo moralizante como objetivo de la obra de arte, Poe la libera de criterios de verosimilitud externos y da rienda suelta a aquellos elementos fantásticos y formales que la
configuran estéticamente, configuración apreciable sobre todo a través de los efectos que produce en
el lector».[

Harry Levin sostiene que la principal contribución técnica de Poe a la narrativa es su manera
enfática de interpretar sensaciones, hasta el punto de que André Gide le otorgó el mérito de
inventar el monólogo interior.

Según Peter Ackroyd: «Calculaba sus efectos con mano maestra, siempre manteniendo un estricto
control técnico de sus narraciones. Es significativo que revisara sus obras sin cesar, haciendo cambios
 puntuales y otros más generales. También es digno de notarse que su escritura era un modelo de caligrafía».

Por su parte, Padraic Colum, lo sitúa como el creador del concepto de atmósfera en el arte literario.
Cortázar llama a este recurso «creación de ambientes», y compara a Poe con otros maestros en esta

·                                                   Valoración personal

Sus ambientes te rodean opresoramente, los pensamientos del protagonista escritos en primera persona
parecen resonar en el interior de la propia cabeza, el relato a medida que transcurre te abstrae de todo
lo demás, viviendo con gran intensidad cada palabra, cada frase, cada página; pero no son ya palabras
cuando las escribe Poe, sino paisajes, olores, colores, atmósferas, ideas, sentimientos, emociones… los
que se experimentan con cada relato. Pero nada es comparable a sus finales ¡Qué finales! Uno ha
terminado el relato y queda sumido en una especie de expectación, conteniendo aún la respiración,
resignándose quizá a que tan fascinante momento nos abandone. Concretamente, el final que
 más me ha fascinado ha sido el de “Berenice”, el cual transcribo a continuación:

 “Me encontré sentado en la biblioteca y de nuevo solo. Me parecía que acababa de despertar de
un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba
enterrada. Pero del melancólico periodo intermedio no tenía conocimiento real o, por lo menos, definido.
Sin embargo, su recuerdo estaba repleto de horror, horror más horrible por lo vago, terror más terrible
por su ambigüedad. Era una página atroz en la historia de mi existencia, escrita toda con recuerdos
oscuros, espantosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero en vano, mientras una y otra vez,
como el espíritu de un sonido ausente, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos.
Yo había hecho algo. ¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del
aposento me respondieron: ¿Qué era?

En la mesa, a mi lado, ardía una lámpara, y había junto a ella una cajita. No tenía nada de notable, y
la había visto a menudo, pues era propiedad del médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a
mi mesa, y por qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que no merecían ser tenidas en cuenta, y mis
ojos cayeron, al fin, en las abiertas páginas de un libro y en una frase subrayaba: Dicebant mihi
sodales si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por qué, pues, al leerlas
se me erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis venas?

Entonces sonó un ligero golpe en la puerta de la biblioteca; pálido como un habitante de la tumba,
entró un criado de puntillas. Había en sus ojos un violento terror y me habló con voz trémula, ronca,
ahogada. ¿Qué dijo? Oí algunas frases entrecortadas. Hablaba de un salvaje grito que había turbado el
silencio de la noche, de la servidumbre reunida para buscar el origen del sonido, y su voz cobró un
 tono espeluznante, nítido, cuando me habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver desfigurado,
 sin mortaja y que aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía.

Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me tomó suavemente
la mano: tenía manchas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había contra la pared;
lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un alarido salté hasta la mesa y me apoderé de la caja.
Pero no pude abrirla, y en mi temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos;
y de entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta
 y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.”

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