Comentario de los “Cuentos macabros”
de E. A. poe
de E. A. poe
·
Contextualización
“Cuentos macabros” es una selección de cuentos de terror del escritor,
poeta, crítico y periodista estadounidense Edgar Allan Poe.
Edgar Poe fue un escritor decimonónico romántico, al cual se le ha venido
enmarcando dentro del denominado romanticismo oscuro por la importante
presencia de
la temática de terror dentro de su obra. No obstante, este autor
escribió cuentos de distintos
géneros; de terror, sobrenaturales, metafísicos,
analíticos, de anticipación y retrospección,
de paisaje, grotescos y satíricos;
así como crítica literaria, ensayo y poesía (el cual era su
género predilecto y
de no haberse visto presionado por cuestiones económicas seguramente
se habría
dedicado en exclusiva a la poesía, tal como manifiesta el propio Poe en el
prólogo
de “El cuervo y otros poemas”: “Razones al margen de mi voluntad me han
impedido
en todo momento esforzarme seriamente por algo que, en circunstancias
más felices, hubieran
sido mi terreno predilecto”). No hay que olvidar
asimismo, su única novela,
“La narración de Arthur Gordon Pym” (la cual
consiste en un relato de aventuras marineras
de tipo episódico, centrado en su
intrépido protagonista), que influiría posteriormente en la
obra de RL
Stevenson.
Igualmente, Poe dio origen al relato de detectives por medio de sus
cuentos analíticos y de
misterio; “La carta robada”, “Los crímenes de la calle
Morgue”, “El escarabajo de oro”
y “El misterio de Marie Rogêt”, las cuales
influyeron directamente en autores posteriores
como Arthur Conan Doyle, cuyo
Sherlock Holmes está inspirado directamente en el
Auguste Dupin de Poe.
Además, contribuyó con varias obras al género emergente de la ciencia
ficción, respondiendo
así a los recientes avances científicos y tecnológicos,
como el globo aerostático en su cuento
“El camelo del globo”.
Asimismo, Poe hizo incursiones en campos tan heterogéneos como la
cosmología, la criptografía
y el mesmerismo.
Cuentos macabros
Los cuentos macabros ya sugieren por su nombre el género de terror al que
pertenecen. El de
terror fue un género
que adoptó Poe para satisfacer los gustos del público de la época.
En esta selección de cuentos se incluyen los siguientes: Berenice, El gato negro, La isla del hada,
El corazón delator, La caída de la casa Usher, El retrato oval, Morella y
Ligeia.
En cuanto a su calidad artística, el escritor y crítico irlandés Padraic
Colum afirmó que relatos
como “La caída de la casa Usher” o “Ligeia” se hallan
entre los mejores cuentos del mundo;
mientras que el crítico y traductor
español Mauro Armiño considera que “a casi ciento cincuenta
años de distancia,
siguen siendo las narraciones más sugestivas del siglo XIX”.
·
Análisis del contenido
Temas
En estas historias los temas más recurrentes son la muerte, el entierro
prematuro, la reanimación
de cadáveres, los trastornos obsesivos (como la monomanía o nerviosa intensidad del interés que
menciona Poe en el relato de
“Berenice”), la culpa y la autopunición, el poder de la voluntad y el
principio
de individuación (principium individuationis
o la noción de identidad que con la muerte
se pierde o no para siempre).
Mención aparte merece la temática de “La isla del hada”, el cual es
un relato
de corte poético y metafísico, de acendradas virtudes estéticas, en el que
destacan los
contenidos oníricos y simbólicos.
Personajes
Si bien esta selección de cuentos incluye ocho historias independientes
cada una con sus propios
personajes; los personajes de los diferentes relatos
tienden a presentar unas características comunes.
Los personajes masculinos suelen ser varones que, aunque capaces
de actuar en un momento
dado con sensibilidad y ternura con mujeres y animales,
suelen mostrarse generalmente taciturnos,
neuróticos y obsesivos en extremo,
llegando a cometer verdaderos disparates cuando se ven vencidos
por su propia
vesania y perturbación; actuando en algunas ocasiones bajo los efectos del
alcohol o
del opio.
De los personajes femeninos el autor hace una exaltada
idealización. Ellas son etéreas, hermosas,
virtuosas, inteligentes, cultas,
refinadas, en ocasiones pacientes, mansas e inocentes, y frecuentemente
de
salud frágil y carácter enfermizo. Todas ellas en sus retratos y etopeyas están
envueltas por un halo
de excelsitud, aunque en algunos relatos también se
muestren temibles y sobrecogedoras, mas dicho
pavor no les sustrae ni un ápice
su encanto. Cito un fragmento de Berenice:
“¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos
recuerdos se conmueven a este sonido.
¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante
mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha!¡Ah, espléndida y,
sin embargo, fantástica belleza!¡Oh, sílfide entre los arbustos de Arnheim!¡Oh,
náyade
entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una
historia que no debe ser relatada.
La enfermedad _ una enfermedad fatal _ cayó
sobre ella como el simún, y mientras yo la observaba,
el espíritu de la
transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su
carácter, y de
la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad.”
·
Análisis formal
El estilo empleado en los “Cuentos
macabros” se caracteriza por su originalidad, su intensidad
narrativa, su
estricto control técnico, las virtudes poéticas de su prosa, su capacidad para
dar vida
a ambientes o atmósferas y su acentuada intención estética.
de su intensidad como acaecimiento. Cada palabra debe
confluir, concurrir al acaecimiento, a la cosa
que ocurre, y esta cosa que
ocurre debe ser sólo acaecimiento y no alegoría o pretexto para
generalizaciones psicológicas, éticas o didácticas. La cosa que ocurre debe ser
intensa. De ahí que Poe
no se planteara estériles cuestiones de fondo y forma;
sino que era demasiado lúcido como para no
advertir que la vida de un cuento
consiste -como la nuestra- en un núcleo animado inseparable de sus
manifestaciones”.
Poe valoraba en el relato corto
por encima de todo la imaginación, así como la originalidad y la
verosimilitud.
Por lo tanto, el criterio que primaba en este tipo de relatos era
exclusivamente estético.
Según el crítico Félix Martín, «conocidos fueron sus
pronunciamientos sobre la supremacía de la
imaginación, su condena explícita de
la intención moral en la obra de arte y de la alegoría moral, tanto
en poesía
como en narración, así como el rechazo de todo tipo de verdad inherente a los
hechos del relato.
Al descartar el didacticismo moralizante como objetivo de la
obra de arte, Poe la libera de criterios de verosimilitud externos y da rienda
suelta a aquellos elementos fantásticos y formales que la
configuran
estéticamente, configuración apreciable sobre todo a través de los efectos que
produce en
el lector».[
Harry Levin
sostiene que la principal contribución técnica de Poe a la narrativa es su
manera
control técnico de sus narraciones. Es significativo que revisara sus obras sin
cesar, haciendo cambios
puntuales y otros más generales. También es digno de
notarse que su escritura era un modelo de caligrafía».
Por su parte, Padraic Colum,
lo sitúa como el creador del concepto de atmósfera en el arte literario.
Cortázar llama a este recurso «creación de ambientes», y compara a Poe con
otros maestros en esta
·
Valoración personal
Sus ambientes te rodean
opresoramente, los pensamientos del protagonista escritos en primera persona
parecen resonar en el interior de la propia cabeza, el relato a medida que
transcurre te abstrae de todo
lo demás, viviendo con gran intensidad cada
palabra, cada frase, cada página; pero no son ya palabras
cuando las escribe
Poe, sino paisajes, olores, colores, atmósferas, ideas, sentimientos,
emociones… los
que se experimentan con cada relato. Pero nada es comparable a
sus finales ¡Qué finales! Uno ha
terminado el relato y queda sumido en una
especie de expectación, conteniendo aún la respiración,
resignándose quizá a
que tan fascinante momento nos abandone. Concretamente, el final que
más me ha
fascinado ha sido el de “Berenice”, el cual transcribo a continuación:
“Me encontré sentado en la biblioteca y de
nuevo solo. Me parecía que acababa de despertar de
un sueño confuso y
excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice
estaba
enterrada. Pero del melancólico periodo intermedio no tenía conocimiento
real o, por lo menos, definido.
Sin embargo, su recuerdo estaba repleto de
horror, horror más horrible por lo vago, terror más terrible
por su ambigüedad.
Era una página atroz en la historia de mi existencia, escrita toda con
recuerdos
oscuros, espantosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero en
vano, mientras una y otra vez,
como el espíritu de un sonido ausente, un agudo
y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos.
Yo había hecho algo.
¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del
aposento me respondieron: ¿Qué era?
En la mesa, a mi lado, ardía una
lámpara, y había junto a ella una cajita. No tenía nada de notable, y
la había
visto a menudo, pues era propiedad del médico de la familia. Pero, ¿cómo había
llegado allí, a
mi mesa, y por qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que no
merecían ser tenidas en cuenta, y mis
ojos cayeron, al fin, en las abiertas
páginas de un libro y en una frase subrayaba: Dicebant mihi
sodales si
sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por
qué, pues, al leerlas
se me erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis
venas?
Entonces sonó un ligero golpe en
la puerta de la biblioteca; pálido como un habitante de la tumba,
entró un
criado de puntillas. Había en sus ojos un violento terror y me habló con voz
trémula, ronca,
ahogada. ¿Qué dijo? Oí algunas frases entrecortadas. Hablaba de
un salvaje grito que había turbado el
silencio de la noche, de la servidumbre
reunida para buscar el origen del sonido, y su voz cobró un
tono espeluznante,
nítido, cuando me habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver
desfigurado,
sin mortaja y que aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía.
Señaló mis ropas: estaban
manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me tomó suavemente
la
mano: tenía manchas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había
contra la pared;
lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un alarido
salté hasta la mesa y me apoderé de la caja.
Pero no pude abrirla, y en mi
temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos;
y de
entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental,
mezclados con treinta
y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se
desparramaron por el piso.”
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