Una de las formas de expresión dramática más apreciada por la infancia es el teatro de títeres.
Para acotar el concepto de títere, la autora considera
preciso recurrir a Ariel Bufano (1983), que en su artículo titulado “El hombre
y su sombra” da respuesta a preguntas como, qué es un títere y cómo se produce
la transformación de un objeto ordinario en un títere.
Para que un objeto se transforme en títere, escribe
Bufano, “debo ubicarme en un nivel distinto de lo cotidiano, debo dotarlo de
una “personalidad”. Debo crear un personaje. El títere es, entonces, un objeto.
Pero para que deje de ser meramente un objeto, debo moverlo con una
intencionalidad y una función muy particular”. Debo querer interpretar un
personaje y hacer de ese objeto un personaje. “Debo ubicarme en el plano de lo
dramático, de la representación”. El objeto ha sido modificado por mi intención
y por la función que cumple. “En el lenguaje dramático del títere el personaje
está movido por sus mecanismos más primarios, más íntimos. Se mueve por lo que
siente. […] Quizás esté aquí su esencia mágica. Un pobre objeto, un trozo de
tela y cartón, asume toda la humanidad que, lamentablemente a veces, el hombre
no se anima a rescatar para sí mismo”.
Por tanto, delimitando el término, ¿qué es un títere?
“El títere es cualquier objeto movido en función
dramática”, es, en palabras de Bufano (1983), “síntesis, emoción pura,
conflicto, verdad”, es, en sí, el hombre mismo revelado a través del objeto, el
títere es la sombra del hombre, es él en su esencia pura sin serlo realmente,
es la humanidad al descubierto a través de un objeto.
Orígenes de los Títeres.
Encontramos
títeres de Oriente a Occidente en toda suerte de formas y materiales; desde los
Wayang de Indonesia, los Karagoz de Turquía, el teatro de sombras chino, las
marionetas indias, con sus más afamadas Khatpult en el estado de Rajastán, el
Bunraku de Japón, los títeres acuáticos de Vietnan, los Pupi sicilianos, la
Pulcinella de la Comedia del Arte o nuestra Cristobita en los Títeres de
cachiporra, así como el guignol lionés o las serpientes títere de los indios
hopi en Arizona.
El origen de tan cautivadores objetos es incierto, siendo
varias las teorías desarrolladas desde que el primer historiador del teatro de
títeres, Charles Magnin (1793-1862), en su “Historie des marionnettes” (1852)
afirmara que los títeres habrían surgido de los antiguos ídolos y aparecerían
en el marco de ceremonias y costumbres de orden religioso.
Con posterioridad, el filólogo alemán Richard Pischel
(1849-1908) situará el origen del teatro de títeres en la India, basándose en
varias evidencias tales como; la etimología de los términos en sánscrito
sutradhara (el que mueve los hilos) y sutraprota (títere). Además, refuerza su tesis
el papel desempeñado en la difusión de esta forma de expresión dramática por
los titiriteros itinerantes Tsiganes o gitanos, etnia originaria del
subcontinente indio (Henryk Jurkowsky, 2009).
Por el contrario, otros investigadores como Hermann
Reich (1868-1934) y Berthold Laufer (1874-1934), emplazan el origen del teatro
de títeres en la Antigua Grecia (Henryk Jurkowski, 2009).
No obstante, los hallazgos fruto de las
investigaciones etnográficas desarrolladas a finales del siglo XIX y principios
del XX, confirmaron la teoría de Magnin y de sus partidarios, entre los que se
encuentran Gaston Baty (1885-1952) y Otto Spies (1901-1981). Quedó patente que
los títeres existieron en los rituales religiosos, principalmente en
comunidades «primitivas», no empleados como objetos de diversión, sino como
imágenes sagradas, confeccionadas para representar a seres humanos o divinos.
“Otras
fuentes antropológicas lo confirman: desde las observaciones realizadas en
poblaciones maoríes de las islas de la Polinesia, hasta muñecos para rituales
encontrados en algunas partes de Asia. Además, hay vestigios que datan del
siglo XIX y que muestran la existencia de títeres utilizados en las ceremonias
rituales, mágicas y chamánicas de los nativos norteamericanos (Amerindios e
Inuits)” (Henryk Jurkowski, 2009).
Visto lo anterior, podemos concluir que el títere no
es fruto de la evolución del juguete sino de la imagen sacra, y parece más que
probable su origen oriental, siendo constatable su presencia desde la
Antigüedad en La India.
Por tanto, las evidencias de este arte a lo largo de
la historia son abundantes, no tanto así los textos[1] concebidos para ese
espectáculo, debido a la importancia limitada del guion en este tipo de teatro,
que es, básicamente, un espectáculo popular abierto a la improvisación. “Muchos
de sus textos no se conservan, entre otras razones, porque la manifestación
culta de este teatro aparece de forma esporádica y los textos son guiones un
tanto elásticos que se adaptan a las circunstancias de cada representación, sin
un respeto escrupuloso al diálogo dramático escrito” (Tejerina, 2005).
[1] Con relación a las obras para
teatro de títeres en España son destacables: la “Farsa infantil de la cabeza
del dragón” de Ramón María del Valle Inclán estrenada en 1909, enmarcada dentro
del proyecto de Jacinto Benavente “El teatro de los niños”, el cual supuso un
hito en el teatro infantil, al verse influido por las vanguardias artísticas
que irrumpían en la Europa de principios de siglo XX, concretamente del
movimiento simbolista. Otro destacado autor que participó en el mencionado
proyecto de Benavente, fue Federico García Lorca, con la pieza infantil para
títeres “La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón” (1923) además
de otras versiones y adaptaciones para teatro de títeres. Dentro del mismo
periodo vanguardista transcurrido en España entre 1909 y 1936, son reseñables
las piezas representadas por Salvador Bartolozzi junto a Magda Donato en el
Teatro Pinocho, “La pájara pinta” (1925) que Rafael Alberti ideó para el
“Teatro dei Piccoli” del célebre Vittorio Prodecca, o ya en 1936 el “Teatro para
niños” de Elena Fortún, que reúne doce breves obras dramáticas entre las que se
incluye “Luna lunera”, escrita para muñecos de guiñol. Tras la guerra civil
sobresale en Cataluña el “Teatro popular” de Porras, un conjunto de 14 piezas
en edición bilingüe catalán-castellano, en Andalucía Julio Martínez Velasco
desde 1958 dará vida a su retablo “Pipirijaina del Titirimundi”, en Madrid el
periodista Juan Antonio de La Iglesia desarrolló una intensa actividad dedicada
al teatro infantil con un espacio radiofónico especializado y múltiples
publicaciones en revistas infantiles, y ya en los años sesenta es destacable
“El guiñol de Don Julito” de Carlos Muñiz y las publicaciones de Ángeles Gasset
como “Títeres con cabeza” y “Títeres con cachiporra”. En la década de los
ochenta del siglo XX José Mª Osorio reúne veinte piezas en su “Teatro guiñol” y
Gómez Yebra en su libro “Algo de teatro infantil” incluye una obra para teatro
de sombras “Un tesoro inverosímil”.
En
los albores del presente siglo XXI encontramos a Daniel Vilela y su teatro de
“Títeres Clavileño” en Madrid, el cual ha publicado varias de sus obras para
títeres; y “Los titiriteros de Binéfar”, compañía fundada por Pilar Amorós y
Paco Paricio en 1975, que en 2009 recibieron el Premio Nacional de Teatro para
la Infancia y la Juventud.
Pero
este breve recorrido histórico por el teatro de títeres español no estaría
completo sin mencionar al incombustible teatro de “Maese Villarejo”, Juan
Antonio Díaz Gómez de la Serna, y su icónico títere de guante “Gorgorito”. El
teatro de “Maese Villarejo” disfrutó de tal éxito que en 1957 llegaron a actuar
en tres programas infantiles fijos a la semana en televisión española. Hoy día
su esposa e hijos siguen dando vida a “Gorgorito” por toda la geografía
española tras 70 años de trayectoria teatral.
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